Hoy vamos a hablar del hombre que hizo temblar a Roma.
Del hombre que fue conocido como el azote de Dios.
Hoy vamos a hablar del hombre que hizo temblar a Roma.
Del hombre que fue conocido como el azote de Dios.
Que después de tantas batallas, murió de una manera absolutamente extraña.
Vámonos a principios del siglo quinto.
Roma ya no es la Roma de los Césares.
El Imperio Romano de Occidente, con capital en Rávena, está débil.
Acosado por pueblos germánicos.
El Imperio Romano de Oriente, con capital en Constantinopla, es más fuerte, rico y organizado.
Pero paga tributo a los hunos para mantenerlos alejados.
Son los hunos.
Irrumpen desde las estepas euroasiáticas hacia finales del siglo IV.
Pero es difícil saber cuál es su verdadero origen.
Los estudiosos han especulado que podrían ser el misterioso pueblo Xiongnu, que hostigó las fronteras del norte de China durante la dinastía Han, entre los años 202 antes de Cristo y 2020 después de Cristo.
Al igual que los hunos, los Xiongnu eran guerreros nómadas a caballo, especialmente hábiles con el arco, que atacaban sin previo aviso.
Aunque algunos autores han intentado promover esta idea, no hay consenso sobre ese vínculo entre los Xiongnu y los hunos.
Y en gran medida, ha sido rechazado por falta de pruebas.
En todo caso, los hunos se describen como muy móviles y feroces.
Atacan sin aviso, no distinguen entre combatientes ni civiles y no respetan ni hombres, ni mujeres, ni niños.
A diferencia de los ejércitos romanos, que durante mucho tiempo habían confiado en batallas con formaciones de infantería masivas, los hunos eran combatientes montados que preferían ataques rápidos, giros y retiradas.
Viajaban en columnas de rápido movimiento con caballos de reemplazo a remolque, lo que a menudo daba la impresión de que eran un ejército mucho más grande.
Estaban armados con espadas y lanzas cortas, pero eran sus potentes arcos curvos por los que eran más famosos.
Estas armas eran lo bastante manejables como para que los jinetes entrenados pudieran lanzar salvas de flechas mientras galopaban.
Además, los proyectiles hunos tenían puntas trilobuladas de hierro, capaces de perforar la armadura con mayor facilidad que las puntas planas convencionales.
Los hunos preferían enfrentarse a los ejércitos enemigos desde largas distancias, acercándose, rodeando a sus adversarios y llenándolos de proyectiles, para luego retirarse a un lugar seguro.
Solían llevar armaduras ligeras de cuero o, en ocasiones, cota de malla.
Características propias de los pueblos de la estepa, muy parecidas a las que siglos después tendrían los mongoles.
Según la leyenda, entraron en Europa cuando uno de sus cazadores perseguía una presa en el borde más lejano del pantano Meótico, en el mar de Azov.
Allí vio una cierva que los condujo a través del pantano, avanzando y deteniéndose de nuevo, mostrando que en realidad podía cruzarse.
Antes habían supuesto que era tan infranqueable como el mar.
Tras cruzarlo y conquistar lo que era tradicionalmente Escitia, parecían imparables.
La rapidez y el éxito militar de los hunos se vio en su conquista de la región que hoy es Hungría.
En el año 370 derrotan a los alanos, y en el 376 empujan a los visigodos dirigidos por Fritigern dentro del territorio romano.
Mientras tanto, los liderados por Atanarico fueron obligados a retirarse a las tierras junto al Cáucaso.
Ese movimiento de visigodos dentro de las fronteras del Imperio, suplicando entrar, dio lugar posteriormente a roces con los romanos y finalmente a la batalla de Adrianópolis en el año 378.
Allí Roma perdió a un emperador en combate: Valente.
La aparición repentina de los hunos coincidió con una creencia extendida entre los cristianos en Roma: pensaban que el mundo estaba por acabar.
Consideraban que los invasores eran los ejércitos míticos de Gog y Magog, dos naciones impías mencionadas en el Antiguo Testamento, cuya derrota final a manos del Mesías anunciaría el Apocalipsis.
También había leyendas de que Alejandro Magno había encontrado pueblos extraños durante sus viajes por Asia y había ordenado erigir una muralla gigantesca para contenerlos.
Según la profecía, si la barrera se rompía y se liberaba a los que estaban detrás, eso significaría el fin del mundo.
Para los europeos, los hunos parecían cabalgar desde el infierno.
Practicaban la deformación craneal mediante vendajes, una forma artificial que alargaba el cráneo y le daba un aspecto antinatural.
Los europeos, poco familiarizados con su apariencia asiática, los describían como apenas humanos y decían que su lengua solo tenía una leve semejanza con el habla humana.Para los europeos, los hunos parecían cabalgar desde el infierno.
Practicaban la deformación craneal mediante vendajes, una forma artificial que alargaba el cráneo y le daba un aspecto antinatural.
Los europeos, poco familiarizados con su apariencia asiática, los describían como apenas humanos y decían que su lengua solo tenía una leve semejanza con el habla humana.
Entre los años 380 y 420, los hunos se establecen entre el río Dniéster y el Danubio, desde donde lanzan incursiones.
No hay un imperio huno centralizado.
Más bien, bandas de guerreros que ofrecen sus servicios como mercenarios a unos u otros.
Su presencia provoca migraciones germánicas: vándalos, suevos y burgundios huyen hacia Occidente.
Roma es incapaz de detener a los hunos ni a los pueblos germánicos.
Es en este contexto de consolidación en la cuenca del Danubio cuando nace Atila, en el año 406, en el seno de la nobleza huna.
Se sabe poco de su infancia, pero crece en un entorno nómada, entre jinetes expertos y tácticas rápidas.
Entre los años 420 y 434, los hunos extienden su influencia hasta la actual Hungría, entonces llamada Panonia.
Algunas investigaciones modernas sugieren una relación entre los hunos y los húngaros actuales, aunque no es del todo segura.
Su relación con Roma alterna entre el saqueo y la alianza.
A veces luchan como mercenarios.
A veces cobran tributo.
Esto se debe a que en ese momento los hunos no tienen un líder único, sino pequeñas bandas con sus propios jefes que actúan de forma independiente.
Esa independencia acabaría pronto.
En el año 434, Atila y su hermano Bleda heredan el mando tras la muerte de su tío Rúa.
En 435 pactan el Tratado de Margus con Bizancio, resultado del chantaje huno: exigir tributo o enfrentar las consecuencias.
Bizancio, pragmática, paga.
Pero los hunos pronto rompen el tratado y atacan ciudades de los Balcanes.
En 445 Bleda muere.
Parece que Atila tuvo algo que ver, deseando más poder.
Dos años después, en 447, ya como único líder, lanza una tremenda campaña en los Balcanes y llega hasta las Termópilas.
Constantinopla se salva gracias a sus murallas reforzadas y a una peste oportuna que azota a los hunos.
El Imperio de Oriente termina aceptando pagar tributos aún más altos.
Mientras tanto, en otras partes del mundo, la dinastía Wei del Norte consolida su poder en China.
En la India florece el Imperio Gupta.
Y en Mesoamérica, Teotihuacán vive su apogeo.
Pero volvamos a Atila.
En el año 451, tras nuevos tributos bizantinos, vuelve su mirada hacia Occidente.
La ocasión surge cuando la princesa Honoria, hermana del emperador Valentiniano III, le envía un anillo pidiendo ayuda contra su hermano.
Atila lo interpreta como una propuesta de matrimonio… y reclama la mitad del Imperio Romano como dote.
Atila invade la Galia.
Allí se encuentra con un ejército aliado de romanos, germanos y francos, dirigido por Flavio Aecio.
Es uno de los mayores choques de la Antigüedad tardía.
Aecio conoce bien a los hunos.
La batalla es sangrienta.
Se dice que los arroyos se tiñeron de rojo por la sangre de los muertos, y que los fantasmas de los combatientes seguían peleando después.
La victoria de Aecio fue crucial: detuvo la expansión huna, pero también debilitó a sus aliados francos y visigodos, reduciendo su amenaza para Roma.
Sin embargo, la batalla de los Campos Cataláunicos no eliminó el peligro.
Fue un revés, no una derrota definitiva.
Y la prueba llegó pronto.
En el 452, Atila invade Italia y arrasa Aquilea, Verona, Vicenza, Brescia, Bérgamo y Milán.
Llega hasta las puertas de Roma.
Entonces ocurre algo casi milagroso.
El Papa León I, llamado el Magno, se reúne con Atila cerca del río Mincio.
No se sabe qué le dijo, pero Atila se retira.
Algunos atribuyen su decisión al poder moral del Papa; otros, a la falta de suministros, una epidemia o la amenaza bizantina.
La intervención de León I consolida el poder del papado en un momento en que Roma se hundía.
En el año 453, Atila se casa con una princesa germana llamada Ildico.
La boda se celebra con banquete y ríos de vino.
Pero al amanecer, Atila aparece muerto, ahogado en su propia sangre tras una hemorragia nasal.
Ildico, aterrada, grita.
La versión más aceptada dice que murió de una hemorragia interna agravada por el alcohol.
Otros creen que fue asesinado, quizá por su esposa o en una conspiración.
Algunos hablan de enfermedad, accidente o veneno.
En todo caso, un hombre que sobrevivió a innumerables batallas muere de algo tan trivial como una hemorragia.
El funeral fue grandioso.
Atila fue enterrado en un triple ataúd de oro, plata y hierro.
Los hunos lloraron y se cortaron el rostro con espadas, para que su muerte no fuera solo acompañada por lágrimas de mujeres, sino por la sangre de sus guerreros.
La tumba fue ocultada y los esclavos que la cavaron fueron asesinados para mantener el secreto.
Algo que también ocurriría siglos después con Gengis Kan.
La época de los hunos llegaba a su fin.
Los hijos de Atila intentan mantener el control, pero la falta de liderazgo y las revueltas internas culminan en la batalla de Nedao, en el año 457.
Los hunos enfrentan una alianza de tribus germánicas —gépidos, ostrogodos, rugios y otros— y son derrotados.
El hijo mayor de Atila muere en combate.
Con esa batalla termina el dominio huno en Europa.
Las tribus germánicas sometidas comienzan a emerger como nuevas potencias.
Los jinetes hunos supervivientes siguieron apareciendo ocasionalmente en territorio bizantino hasta el año 469, y después desaparecen de la historia europea.
Toda esta historia la conocemos desde la perspectiva romana y bizantina.
No conservamos textos hunos que nos den su versión.
Pero si los hunos habían caído, el Imperio Romano de Occidente tampoco iba mucho mejor.
La relación entre Aecio y Valentiniano III se deteriora, y en septiembre del 454, durante una reunión en el Palacio Imperial, el emperador, celoso y temeroso, mata con sus propias manos al general.
Fue un golpe devastador: Aecio era posiblemente el último gran general de Roma.
Un año después, en el 455, los vándalos saquean la ciudad.
Bizancio, mientras Roma cae, sobrevive y se fortalece como futuro Imperio Bizantino.
Atila es recordado como un bárbaro, pero también como un estratega.
Su caída y la desaparición tan rápida del Imperio Huno muestran cómo los líderes carismáticos pueden lograr grandes conquistas, pero sus imperios se derrumban cuando ellos desaparecen.
El final de Atila muestra la ironía de la historia.
A veces los grandes poderes no caen por una gran batalla, sino por una noche desafortunada.