En Roma, era frecuente que la orina recogida en las letrinas públicas se aprovechase con fines industriales. La usaban los curtidores de pieles para adobar sus cueros, y los lavanderos para limpiar y blanquear las togas de lana. El emperador Vespasiano (que gobernó entre los años 69–79 después de Cristo) decidió imponer una tasa a los artesanos que quisieran usar la orina que era recogida en la Cloaca Máxima, la red pública de alcantarillado. El historiador romano Suetonio cuenta que cuando el hijo de Vespasiano, Tito, recriminó a su padre por su intención de sacar dinero de la orina de las letrinas, Vespasiano le dio a oler una moneda de oro y le pregunto si le molestaba su olor. Tito lo negó y Vespasiano dijo: «Y sin embargo, procede de la orina»