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diciembre 12, 2025

Los persas aqueménidas. Cuando Persia fue más grande

El surgimiento y caída del Imperio aqueménida:

Hace dos mil quinientos años, en las montañas del actual Irán, nació un pueblo destinado a construir el mayor imperio que el mundo había conocido hasta entonces: los persas aqueménidas. Su capacidad para unir continentes, integrar culturas y crear estructuras políticas duraderas transformó para siempre la historia de la Antigüedad. Comprender su origen y expansión permite entender tanto el desarrollo de Oriente Próximo como los cimientos del mundo clásico.

Orígenes de medos y persas

Entre los siglos X y VIII a. C., diversas tribus indoeuropeas procedentes de las estepas se asentaron en el territorio que hoy es Irán. Los medos se establecieron en el noroeste, en torno a Ecbatana, mientras que los persas ocuparon el suroeste, la región de Persis, conocida más tarde como Fars.

Durante siglos, los persas permanecieron como un pueblo vasallo sometido primero a Elam y, posteriormente, al poderío asirio. La tradición sitúa en el siglo VII a. C. la figura legendaria de Aquemenes, considerado ancestro de la futura dinastía aqueménida, aunque su papel histórico sigue siendo incierto. Con todo, Persia continuó bajo dominación extranjera hasta que la situación cambió bajo un líder excepcional.

Ciro II: el nacimiento de un imperio

El giro decisivo llegó en el 559 a. C., cuando Ciro II ascendió al poder. Su carisma y habilidad política le permitieron unir a las distintas tribus persas y atraer a buena parte de la nobleza meda. Aprovechando divisiones internas entre los medos, Ciro conquistó Ecbatana en el 550 a. C. y destronó al rey Astiages. A partir de entonces gobernó como rey de persas y medos, fusionando ambos pueblos bajo una misma corona.

Con él comenzó una época de expansión sin precedentes. Entre 547 y 540 a. C. sometió el rico reino de Lidia, tomando su capital Sardes y asegurando el control de las ciudades jónicas de Asia Menor. Desde allí, su dominio se extendió a lo largo de la Ruta Real, eje logístico que unía Anatolia con Susa y articulaba todo el imperio.

En 539 a. C. conquistó Babilonia. Su entrada en la ciudad fue recibida como una liberación, en parte gracias a su política de respeto religioso. El llamado Cilindro de Ciro, un documento fundamental de la época, describe cómo restauró templos y permitió regresar a sus hogares a distintos pueblos deportados. Aunque el tono propagandístico es evidente, la tolerancia religiosa fue una característica real de su gobierno.

Hacia 530 a. C., Ciro había extendido su autoridad desde Anatolia y el Levante hasta Bactria y las puertas del valle del Indo. Su muerte en combate contra los masagetas cerró el proceso de construcción del imperio, pero sus sucesores continuaron su obra.

Cambises II y la expansión hacia Egipto

Tras la muerte de Ciro, su hijo Cambises II heredó el trono y mantuvo el impulso expansionista. En 525 a. C. invadió Egipto, derrotó al faraón Psamético III en Pelusio y ocupó Menfis. Sin embargo, su reinado terminó abruptamente en 522 a. C., en circunstancias poco claras, lo que desencadenó una crisis sucesoria aprovechada por un usurpador llamado Gaumata.

La reacción vino de manos de Darío I, un aristócrata y general que, con el apoyo de varios nobles, eliminó al impostor y se hizo con la corona.

Darío I: el gran organizador del imperio

Si Ciro fue el conquistador, Darío fue el gran administrador del imperio aqueménida. Gobernó desde 522 hasta 486 a. C. y creó una estructura estatal que permitió mantener el control de un territorio inmenso y diverso.

Entre sus reformas más destacadas se encuentran:

  • La división del imperio en satrapías con gobernadores locales dotados de amplio poder.
  • La implantación de un sistema tributario uniforme.
  • La mejora de las comunicaciones mediante la ampliación de la Ruta Real y una red de infraestructuras hidráulicas.
  • La introducción del dárico de oro, la moneda unificada del imperio.
  • La adopción del arameo como lengua administrativa, favoreciendo la comunicación entre pueblos diferentes.

Estas medidas buscaron un equilibrio entre la uniformidad administrativa y el respeto a las identidades culturales y religiosas de cada región, uno de los rasgos más característicos del gobierno persa.

Darío no se limitó a la organización interna: también amplió las fronteras imperiales hacia Tracia, el valle del Indo y Libia. Sin embargo, su intervención en Grecia tras la rebelión jónica desencadenó las Guerras Médicas. Su derrota en Maratón en 490 a. C. quedó sin respuesta por su muerte en 486.

Jerjes I y el punto de inflexión

A Darío le sucedió su hijo Jerjes I, cuya legitimidad estaba reforzada por su origen tanto persa como meda. En 480 a. C. reanudó la campaña contra los griegos, cruzó el Helesponto y obtuvo victorias iniciales como la de las Termópilas. No obstante, el avance persa se detuvo en Salamina y finalmente fue rechazado en Platea, lo que marcó el final de la expansión aqueménida en Occidente.

Jerjes I murió asesinado en 465 a. C., y durante los reinados posteriores el imperio comenzó un lento proceso de debilitamiento. Aunque siguió siendo una gran potencia, perdió paulatinamente la iniciativa militar y política.

El final del imperio: Alejandro Magno

En el siglo IV a. C. la amenaza llegó desde un reino periférico: Macedonia. Tras la muerte de Filipo II, su hijo Alejandro retomó el plan de invadir Persia. En 334 a. C. cruzó el Helesponto con su ejército y derrotó sucesivamente a los persas en el Gránico (334), en Isso (333) y, de forma decisiva, en Gaugamela (331).

La huida y posterior muerte de Darío III dejó el imperio sin liderazgo. Alejandro entró en Babilonia, tomó Susa y avanzó hasta Persépolis, símbolo máximo del poder aqueménida. Desde allí continuó hacia el corazón del Asia central, fundando ciudades y absorbiendo elementos culturales persas que asombraron y escandalizaron a sus propios soldados.

Con la muerte de Darío III y la ocupación macedonia, el Imperio aqueménida, uno de los más vastos y duraderos de la Antigüedad, llegó a su fin.

Herencia de un poder universal

Aunque después surgirían nuevas dinastías iranias, como los seléucidas, los partos y los sasánidas, el legado aqueménida dejó una huella profunda: modelos administrativos duraderos, la idea de un poder supranacional organizado, la coexistencia de culturas distintas bajo una autoridad común y una influencia arquitectónica y cultural que aún puede verse en lugares como Persépolis.

El Imperio aqueménida no solo dominó territorios, sino que cambió para siempre la manera de entender el gobierno, la diplomacia y la diversidad cultural en el mundo antiguo.

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